Cada cosa en su lugar
Por
Gubidxa Guerrero
De manera ligera se está
abordando el tema de la inseguridad en el Istmo de Tehuantepec, pero
especialmente en la ciudad de Juchitán. Como si fueran lo mismo, se habla de
mototaxis y delincuencia.
Aunque de manera notoria algunos delitos se hayan
cometido sobre este medio de transporte o por personas que iban a bordo de uno,
eso no significa que todos los mototaxistas sean delincuentes ni, mucho menos,
que quienes se dedican a otros oficios sean inocentes víctimas.
Como escribí hace algunos días: malhechores hay en todas
las ciudades, profesiones y estratos sociales. Los hay mujeres, hombres,
homosexuales más lo que se acumule. La persona que delinque no debe estar
asociada a ningún oficio, pues eso resulta peligroso.
Es natural que entre dos mil mototaxistas haya algunos
que cometan robos y desprestigien al conjunto. Pero ello no debe ser pasto de
ataques hacia todos los demás. Querámoslo reconocer o no, el mototaxi
constituye la única oportunidad de un empleo honrado para muchísimas personas.
Pero así como no debemos caer en generalizaciones burdas,
tampoco debemos asumir la defensa a ultranza, protegiendo la ingobernabilidad.
Así como un mototaxista honrado tiene derecho al trabajo, la ciudadanía también
tiene derecho a calles seguras y espacios transitables.
¿Cómo resolver esta aparente contradicción? Regulando.
Toda profesión debidamente reglamentada resulta útil a la sociedad. El problema
no son los mototaxis, como tampoco lo eran los urbanos (hoy casi
desaparecidos), ni los carretones o los motocarros. El problema surge cuando un
gremio se siente impune y quiere hacer su voluntad.
Muchos conflictos han surgido entre automovilistas y
peatones, entre mototaxistas y taxistas, entre ciudadanos y agentes de
tránsito, porque nadie sabe a qué atenerse. Los acuerdos no se cumplen y todo
se vuelve un caos.
Si todas las partes reconocemos los derechos de cada
sector, será un buen comienzo. Primeramente, está el derecho de la ciudadanía,
que somos todos: pobres y ricos; niños, jóvenes y adultos; personas de todas
las creencias y preferencias sexuales. Después, los derechos de cada sector.
Mientras
los mototaxistas no reconozcan el derecho de la sociedad a transitar con
seguridad, ésta tampoco reconocerá su derecho de trabajar libre y honradamente.
Para que ello sea posible, todos debemos esforzarnos: unos, dando pasos hacia
la transparencia (quiénes son, dónde viven, cómo se llaman, quienes son los
verdaderos dueños del vehículo), y otros brindando un voto de confianza. Como
garante deben estar las autoridades en sus tres niveles.
No será sencillo. Pero no queda de otra. Nos necesitamos
unos a otros. Todos somos paisanos y debemos hacerlo posible. Es una simple
opinión.
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